16 de marzo de 2014

Un recorrido en sidecar por los rincones de la vieja Lisboa

Un recorrido en sidecar por los rincones de la vieja Lisboa

Texto: Federico Ruiz de Andrés; Fotos: Ana Bustabad Alonso
¿Creías que lo habías probado todo? Olvídate de largas caminatas cuesta arriba, de interminables atascos de tráfico, y acompáñanos en este recorrido tan especial. Te llevamos, en sidecar, por los rincones de la vieja Lisboa.

La idea surge en uno de los mejores hoteles de la capital portuguesa, el Tivoli LisboaAsomados a la terraza del último piso, las vistas de la ciudad son impresionantes, pero sus siete colinas -eso dice la leyenda, parecen muchas más- se nos antojan demasiadas para un fin de semana.
Buceando en la web de los hoteles Tivoli descubrimos las T/Experiences, propuestas de lo más original para convertir cada estancia en una aventura. Justo lo que estábamos buscando.
Llegamos al hotel dispuestos a probarlas. Entre todas las que nos ofrecen, escogemos sin dudarlo un recorrido en sidecar por la vieja Lisboa.
Dicho y hecho, Ánibal nos recoge a bordo de una Ural de 750 cc. con sidecar, una moto de camuflaje del ejército soviético que fue utilizada por última vez en la invasión de Afganistán. Nos ponemos el casco y comienza la aventura.

Desde el sidecar la ciudad se ve distinta, casi a ras de suelo. Será la perspectiva, pero lo cierto es que te sientes parte de sus calles, como si le pertenecieses desde siempre.
Los adoquines se deslizan por debajo en cómodo traqueteo. Algunas personas se nos quedan mirando, y sonríen. Bajando por la Avenida da Liberdade, llegamos a la Baixa.
Pasamos por delante la estación Central, buen ejemplo de arquitectura neogótica, a donde llegaban en otros tiempos las noticias de París y del resto de Europa, a través del tren.
Desde que en 1834 se construyó a las afueras en lo que había sido un convento, la nueva estación de ferrocarril de Santa Apolonia fue desplazando poco a poco a la estación Central, a donde hoy sólo llegan trenes de cercanías.
El Sud-Expresso o Surexpreso, según lo nombrasen los interventores de la Renfe española o de los de Comboios de Portugal, pasó también a la estación de Santa Apolonia, hasta que, a principios de este mismo año, desapareció para siempre.

Sus míticos vagones, guardianes del último glamour auténtico de los ferrocarriles peninsulares, recorrieron por última vez el camino de Lisboa a Hendaya para enlazar con el TGV francés hacia París.
Dignos herederos, los modernos trenhotel Talgo de Renfe llegan ahora a la capital portuguesa desde Irún o Madrid, con todas las comodidades de un hotel rodante y un personal de cinco estrellas. No hay que perderse sus cabinas de Gran Clase. No sólo por lo bien que se duerme a bordo, sino también por la cena de alta cocina que va incluida en el precio.
Justo al lado de la estación, el primer hotel de cinco estrellas que tuvo Lisboa, el Avenida Palace, que tenía entrada directa al edificio de la estación. Enfrente, el Teatro Nacional Dona María II.
En la plaza del Rossío encontramos una de las tiendas más clásicas de Lisboa, las chapelarias Azevedo Rua, ‘especializadas em chapeus e bonés’, dos pequeñas sombrererías anexas que se conservan tal cual desde 1886. En su momento fueron pioneras por ofrecer ‘precios fixos’, en una época en la que el regateo todavía estaba a la orden del día.

Al doblar la esquina encontramos el Largo de Sao Domingos, centro de reunión de los africanos que viven en Lisboa, la mayoría emigrantes de antiguas colonias portuguesas.
Aquí mismo, una parada imprescindible para saborear una ginjinha, la bebida más famosa de Lisboa que, curiosamente, fue invento de un gallego.
Hay más por toda la ciudad, pero Ginjinha Espinheira fue el primer establecimiento en comerciar una bebida que rápidamente se transformó en un ex-libris de la ciudad.

Una placa frente a la puerta cuenta la leyenda. Fue un fraile de la iglesia de Santo Antonio el que aconsejó al primer propietario, Espinheira -o más probablemente Espiñeira, si era gallego- que pusiese a fermentar guindas en aguardiente, añadiéndoles azúcar, agua y canela. El caso es que este licor dulce y barato enseguida se convirtió en la bebida típica de Lisboa.
Lo mejor de todo es que podemos aparcar la moto con sidecar en la misma puerta. Los viandantes se acercan y nos rodean, curiosos, mientras apuramos las últimas gotas de la dulce ginjinha. Alguno, incluso, se atreve a pedir que le dejemos dar una vuelta.
En medio de la expectación general, cedo a mi compañera el sidecar y me subo en la moto, detrás de Aníbal. Así seguimos camino hacia la parte baja de la ciudad.
En la plaza Figueira, la confeitaria Nacional, de 1829, acaba de celebrar 180 años de historia y ha diseñado un dulce especial para conmemorar la fecha. Además, cuenta con cafetería y está siempre muy concurrida.

Al otro lado de la plaza del Rossío está la tabacaria Mónaco, mucho más que un estanco. Antes de entrar en el local, estrecho, oscuro, hay que fijarse en los curiosos azulejos que representan a animales, como una cigüeña fumando un puro, o ranitas que leen el periódico.
Son obra del ceramista portugués Raphael Bordalo Pinheiro. En 1891, Raphael modeló también en cerámica algunas andorinhas (golondrinas) que todavía pueden verse hoy suspendidas del techo.
Le gustaron tanto que se entusiasmó y comenzó a dibujarlas en platos, adornos y azulejos. La figura de esta ave ‘bela e alegre, valente e fiel’ caló enseguida en el espíritu portugués, y artesanos de todo el país comenzaron a decorar con ella fachadas, barandillas e interiores domésticos durante todo el siglo siguiente, convirtiéndolo en un icono de Portugal.

En la Baixa, sin embargo, casi no quedan comercios antiguos. La mayoría han cerrado para dejar lugar a restaurantes y tiendas actuales.
La recorremos despacio, fijándonos en los escaparates de las cafeterías, repletos de bolos reis, con azúcar glaçe y frutas confitadas, y de pasteles imposibles elaborados con yema, cholate, almendras picadas. Brillantes. Apetitosos.
Sólo encontramos algunas lojas antiguas en la rúa D. Antão de Almada y, en una de las calles que la atraviesan, la rúa Conceiçao.
Aquí sobreviven aún tres o cuatro antiguas retrozarias (mercerías) como la de Bijou o la de Alexandre Bento. Son pequeños locales -algunos minúsculos- donde comprar botones, telas o complementos sigue siendo un placer intemporal que se saborea despacio.

De los antiguos cafés a los que acudía Fernando Pessoa, la máxima figura de la literatura portuguesa, el más conocido es A Brasileira, que cuenta incluso con una estatua de bronce del escritor junto a la puerta. Otro lugar que frecuentaba mucho está aquí, en Rossío, el café Nicola, que todavía conserva algo del aire nostálgico de principios del siglo XX.
Pero, sin duda, el más auténtico de los lugares que visitaba es el café Martinho da Arcada, en la plaza del Comercio. En el siglo XVIII era conocido como ‘Casa da neve’, porque servía hielo y helados para toda Lisboa. Su propietario, Antonio Sousa, guarda como recuerdo la mesa donde se sentaba Pessoa, que puede verse con un café, una copa de aguardiente y un par de libros, 'como a él le gustaba', nos cuenta. Todo el local está lleno de recuerdos y expone, entre otras curiosidades, un poema de Pessoa que le sirvió para pagar una comida.

Desde entonces, este café-restaurante se ha convertido en un lugar clásico de tertulias. Frecuentado por Saramago, por Manuel de Oliveira y tantos escritores portugueses, está especializado en pescados y mariscos, a buen precio, y cierra los domingos. También tiene una terraza muy agradable bajo los soportales.
Continuamos ruta. Esta vez subimos hacia una de las zonas más elegantes de Lisboa, el bairroAltoLa siguiente parada es uno de los locales imprescindible en este recorrido vintage, el restaurante cervejaria Trindade, en la calle del mismo nombre.
Instalado en lo que eran las cocinas de un antiguo convento, esta cervecería propiedad de Sagres es famosa por sus azulejos y los mosaicos de piedra de las paredes. Además de varias salas, tiene una galería de arte y una terraza para los días de buen tiempo.

Nos cruzamos de nuevo con el tranvía y continuamos nuestro recorrido hacia el mirador de San Pedro. Muy cerca, nos detenemos en el Pavilhao Chinés, un salón de té y juegos de lo más peculiar.
Tocamos la campanilla y un camarero impecablemente vestido nos acompaña al interior. Dentro nos espera una increíble colección de objetos de todo tipo. Soldaditos de plomo, instrumentos musicales, aviones, sombreros… Los cócteles son muy buenos, aunque caros, y no hay café, así que esta vez nos decidimos por uno de los muchos tés que hay en la carta.
Cerca, en la Praça da Alegria, pasamos por delante del famoso Cabaret MaximeEl que fuera el templo del lujo de las noches lisboetas conoció la degradación y el abandono. Hace unos años ha resurgido de la mano de su nuevo propietario, el violinista Manuel João Vieira, quien ha dotado al local de una estética a medio camino entre David Lynch y Federico Fellini. 

Para subir al Bairro Alto también se puede coger el Elevador da Glória, en la misma Avenida da Liberdade. Declarado Momumento Nacional, es uno de los tres que diseñó el ingeniero Raoul Mesnier de Ponsard a finales del siglo XIX para salvar los enormes desniveles de las colinas de Lisboa.
Lo bueno de recorrer Lisboa en sidecar es que se puede acceder sin cansarse a muchos lugares prohibidos al tráfico normal. Este recorrido de la Tivoli Experience está a cargo de la empresa Sidecar Touring, pionera en Europa en este tipo de visitas.
Joao Soares, su propietario, nos cuenta que además de visitar el casco histórico se pueden elegir otras rutas como el ‘Circuito Lisboa y Tajo’, que dura medio día, ‘Lisboa por la noche’, o un recorrido de una hora a la carta, partiendo de la emblemática Torre de Belém.

En los alrededores de la capital hay mucho otros lugares interesantes. Sintra, Estoril, Cascais... Para recorridos en grupo se pueden solicitar varias motos con sidecar. Siempre con piloto, porque la conducción de estos vehículos es más complicada de lo que parece a primera vista.
Una de las rutas más clásicas termina en el castillo de san Jorge, donde nació la ciudad. Desde lo alto, la primitiva Lisboa fue descendiendo por la colina hasta el río Tajo, dando forma al barrio de Alfama, un nombre árabe que significa ‘fuente’.
Aparcamos un rato para visitar el castelo y al salir nos tomamos un café preto -negro- en la terraza pequeñita del café Kastello, justo enfrente, donde Helena atiende de mil amores a los viajeros. Mientras charlamos con una pareja española que está de vacaciones en Lisboa, niños y mayores rodean el sidecar y se hacen fotos con él.
La luz de la tarde va llegando a su fin. Ha sido un día intenso y volvemos al hotel para descansar, pero no nos resistimos a a reservar para mañana otra de sus Tivoli-Experiences.

En el Tivoli Lisboa las hay para todos los gustos: recorridos en sidecarbuggy o segway por la ciudad, experiencias románticas para dos, bautismos de vuelo, rutas gastronómicas, la noche de Lisboa en un lujoso Maserati…
Pero nos apetece caminar y elegimos para mañana una ruta guiada a pie por el barrio másvintage de toda Lisboa, el Chiado.

Fuente: Expreso Diario de Viajes y Turismo